Publicamos hoy un artículo del catedrático en Historia Contemporánea de la Universidad de Córdoba Antonio Barragán Moriana en el que expone su opinión sobre la cruz retirada el pasado martes, 19 de enero, por el Ayuntamiento en la plaza de las Descalzas. Dice así:
“En la mañana del martes, 19 de enero, ha sido retirada la cruz de la plaza de las Descalzas en Aguilar de la Frontera. Había sido levantada en 1938, en plena Guerra Civil, y luego completado su entorno a la finalización de la misma con una placa en la que encabezado por José A. Primo de Rivera, aparecían grabados los nombres de todos los aguilarenses “caídos por Dios y por España”, es decir, los que habían combatido -no entramos aquí en las razones de su alineamiento pero más que probablemente en la mayoría de ellos como muy recientemente ha demostrado el historiador F. Leira Castiñeira, lo sería por vivir en un pueblo en donde triunfó desde el principio el golpe de estado contra la legalidad constitucional republicana-, en las filas de los golpistas, de los que finalmente ganaron la guerra e impusieron la “victoria” por la fuerza de las armas.
Esto ocurría en un pueblo en el que, como ocurriría en muchos de nuestra provincia, no hubo prácticamente guerra porque el golpe triunfó desde los primeros días de la sublevación y, sin embargo, las consecuencias represivas aplicadas por los sublevados a quienes defendieron el orden constitucional fueron terribles, como también ocurriría en muchos otros pueblos de España y que tendrían como principales objetivos cargos públicos, dirigentes obreros o, sencillamente, simpatizantes republicanos. En Aguilar de la Frontera, no menos de 150 personas, empezando por nuestro propio alcalde José Mª. León Cabezas, los concejales y diputados provinciales Antonio Cabello y Rafael Aparicio, el secretario del ayuntamiento José M. de Ciria y otros muchos, entre ellos casi al completo el ayuntamiento del vecino pueblo de Monturque, fueron inmediatamente pasados por las armas en aplicación del Bando de Guerra ya fuera en las tapias del propio cementerio de Aguilar o en la ciudad de Córdoba; los que consiguieron eludir la inicial represión de aquellos días difícilmente conseguirán escapar a la que se desarrolla al final de la guerra y que se ejercería implacablemente sobre los vencidos en la mismo en forma de procedimientos sumarísimos, los consejos de guerra, que terminaron condenando a muerte o a graves penas de reclusión a miles de españoles, entre ellos a muchos aguilarenses que terminaron siendo recluidos en prisiones como El Dueso, Burgos, San Juan de Mozarrifer, El puerto de Santa María y otras y de lo cual existe documentación suficiente en el Archivo del Tribunal Militar II de Sevilla.
Durante largos años muchos ciudadanos de Aguilar que pasábamos por la puerta del convento de las Descalzas, en donde se hallaban la cruz y la placa, nos preguntábamos entre sorprendidos y con una cierta inquietud por el contenido y las razones de aquella placa, intentando muchos de nosotros encontrar una explicación a lo que era una historia oculta y que sólo subyacía entre rumores, una historia que nunca se nos enseño en ninguna escuela, o bien se nos contó de forma torcida, rodeada de mitificaciones y, desde luego, ocultando la auténtica realidad de lo que había sido, sin duda, la etapa más importante de nuestra reciente Historia ocultando también conscientemente los efectos que la propia guerra había tenido sobre nuestro pueblo. Mientras los “caídos por Dios y por España” eran reconocidos, homenajeados de múltiples formas y gozaban de reconocimiento público, los ejecutados en el cementerio o estaban en fosas comunes esperando año tras año su identificación, o desperdigados por las cunetas del país. Llegó la democracia y se retiró la placa; mucho más tarde que pronto y sólo gracias a la presión social, se iniciaron tareas de localización, identificación, recuperación y de nueva y digna inhumación en los casos en los que fue posible, de los fusilados republicanos aunque haya que decir que esta labor esta muy lejana de haber concluido, ni siquiera en nuestro pueblo.
Sin embargo la cruz, esa cruz que la mañana del martes era retirada entre el revuelo de un sector de publico congregado, entre gritos de ¡¡Viva Cristo Rey!!, ¡¡abajo el comunismo!! y algunos cánticos de corte nacionálcatólico, permanecía incólume como saludando el paso de los aguilarenses y constituyendo para muchos de ellos, según no se recatan en declarar, un elemento de su cultura, de “nuestra tradición”, “una cruz que tiene el mismo significado que las cruces de guía que abren nuestros desfiles procesionales” (sic). De cualquier cosa se hace tradición, incluso de la que carece de auténticas raíces y se forja, de la forma que esta cruz lo ha hecho, sobre la victoria de los golpistas y el desarrollo de una guerra que provocó una dictadura de 40 años, con las desgraciadas consecuencias que trajo para el conjunto del país y que, creo, -aunque a veces me equivoco mucho en esto- son rechazadas por todos excepto por los simpatizantes de VOX. Tradiciones inventadas, que diría el historiador E.J. Hobsbawm, forjadas en medio del nacionalcatolicismo que no reparó en bendecir a los provocadores y triunfadores de la guerra, adjetivarla como “Cruzada” y llevar al dictado Franco bajo palio.
Yo les diría a mis paisanos que cuestionan lo que ha hecho nuestro ayuntamiento en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica de Andalucía que reflexionen, que no hay como algunos quieren plantear un ataque a la creencias y convicciones religiosas de la gente, que las creencias y la religiosidad todas muy respetables, creo, son algo más profundo e íntimo y no necesitan de expresiones simbólicas basadas, como es este caso, en planteamientos muy poco edificantes, por calificarlos de manera leve, que le hagan más caso a las razones de la alcaldesa que las ha dado, que a los exabruptos pretridentinos, agresivos y fuera de tono del obispo Demetrio, en la línea con las posiciones más reaccionarias desarrolladas por parte de la jerarquía de la Iglesia española durante gran parte de su historia. Unas declaraciones que, desgraciadamente, vuelven a atizar el fuego, vuelven a inmiscuir a la Iglesia en temas en los que debería ayudar a entender y no a atrincherarse y que nos demuestran que todavía hay sectores importantes, anclados en la jerarquía que no predican, sino todo lo contrario, lo que sí fueron, precisamente, palabras de un laico, del presidente republicano Azaña, tambien en plena Guerra Civil: PAZ, PIEDAD, PERDÓN.