Vicente Núñez, 20 años no es nada

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Último recital de Vicente Núñez en abril de 2002. Foto Jesús Prieto.

AGUILAR. Fue tal día como hoy. Un 22 de junio del año 2002. En una calurosa mañana de un incipiente verano se iba para siempre uno de los nombres mayores de la poesía cordobesa, Vicente Núñez. Lo hacía del mismo modo que había vivido, sin alharacas y en el pueblo que lo había visto nacer, Aguilar de la Frontera, el Poley de su pasión.

Allí decidió establecer su cuartel general y escribió buena parte de su obra. Vicente Núñez nació un 8 de junio del año 1926. Sus años de juventud le permitieron realizar estudios de Bachillerato e iniciar la carrera de Derecho en Granada que nunca terminó. Sus inquietudes iban por otros derroteros. En la década de los años 40 leía a Shakespeare, Pérez de Ayala, Azorín y Rilke, que le acompañó toda su vida.

El destino le llevó a conocer en 1952 a Antonio Gala mientras realizaba las milicias universitarias en Málaga. Muy poco después, en 1953, publicó su primer poema «De la luz y del mar» en la revista Caracola. Aunque según apuntan los estudiosos de su obra su erección como poeta vino con «Elegía a un amigo muerto».

En 1954 se vinculó al Grupo Cántico en el Tercer Congreso Internacional de Poesía de Santiago de Compostela. En él se integraron también los que serían amigos inseparables, como Pablo García Baena. No llegó a pertenecer de lleno al importante grupo poético cordobés pero, sin quererlo, estuvo entre los más próximos. Su figura no puede analizarse sólo como la de un poeta o un escritor. Vicente Núñez iba mucho más allá, era un auténtico filósofo, un experto de la palabra y amigo de los silencios. Pocos como él dominaban el lenguaje de manera perfecta. Su obra, cuajada de periodos de voz callada, cuenta con trabajos aplaudidos y premiados como «Los días terrestres» (1957), «Poemas ancestrales» (1980), «Ocaso en Poley» (1982) o «Epístolas a los Ipagrenses» (1984).

Precisamente en vida supo como nadie hacer valer el nombre de Aguilar de la Frontera. Los que le conocieron tienen en su haber infinidad de anécdotas como aquellas que cuentan que no le importaba salir fuera a participar en recitales y homenajes siempre que pudiera volver a dormir a su casa. Llegó al punto de convertir un bar, con el nombre del Tuta y enclavado en la Plaza Octogonal de Aguilar, en su epicentro de trabajo y en el sitio donde recibía incesantes visitas tanto de personas anónimas como de consagrados escritores.

Tras su muerte nunca se ha olvidado el nombre de Vicente Núñez ni en Aguilar de la Frontera ni en el ámbito cultural español. En sus últimos días de vida él mismo dio el visto bueno a la constitución de una Fundación que velara por su obra. Se presentó públicamente en julio de 2005.

Antes de esa fecha su propia familia se encargó de recordarlo. Se dieron a conocer dibujos inéditos que había realizado en la década de los años 40. O poemas que nunca habían visto la luz. Así, tan sólo un año después de su muerte se publicó «Mío Amor» que el poeta no pudo ver en las librerías.

Hubo más escritos inéditos que se plasmaron en una obra póstuma bajo el título de «Rojo y Sepia». En diversas exposiciones se han podido contemplar las cartas manuscritas que el autor de «Ocaso en Poley» recibía de Luis Cernuda. A los dos les unía una mutua admiración.

Las Administraciones, con el Ayuntamiento de Aguilar a la cabeza, tampoco han dejado de lado nunca el recuerdo del poeta. Así al año siguiente de su muerte se instauró el premio Vicente Núñez de poesía auspiciado por la Diputación. El crítico Miguel Casado agrupó numerosos de sus sofismas que,  a modo  de reflexión filosófica, Vicente Núñez publicó en distintos periódicos.

A todo esto hay que unir la ruta que permite recorrer por el casco urbano de Aguilar los lugares más ligados a la vida del escritor. Azulejos reproducen sus poemas y salen al paso de los viandantes en cualquier esquina de la población.

Su Fundación ha seguido cuidando, velando y promocionando el nombre del Vicente Núñez con las jornadas anuales o los premios de dibujo y poesía infantil y juvenil.

En los últimos días se ha publicado “El desorden del canto” por parte del Centro Andaluz de las Letras. La obra es fruto del trabajo de Juan Lamillar, poeta y amigo personal de Vicente Núñez que hace un perfil de su vida y de su personalidad con poemas que, en cada momento, ilustran sobre lo que cuenta.

La obra y la voz de Vicente Núñez siguen vivas veinte años después de su muerte. En este caso podríamos decir aquello de veinte años no es nada porque su recuerdo sigue tan patente como al principio.

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